LE GRAND TOUR

En el siglo XVIII los jóvenes aristócratas ingleses emprendían un viaje iniciático, a la Europa continental conocido como Le Grand Tour: una forma de aprendizaje impulsada por la corriente empirista. Si las ideas llegan al hombre exclusivamente a través de sus sentidos y de los estímulos físicos a los que se expone, el viaje era un elemento indispensable para desarrollarse y mejorar el conocimiento del mundo. La ruta partía de la costa meridional inglesa para desembarcar en el puerto francés de Calais donde se abastecían de todo lo necesario para dirigirse tras diversas paradas hacia el Mediterráneo, y regresar al año por Francia atravesando los Alpes. Si bien la finalidad era conocer la cuna de la cultura clásica venerada, la peligrosa travesía conducía a temidos límites, permitía a estas élites conocer al otro, lejano, diferente, y en ocasiones terrible.

LO PINTORESCO

El registro y el recuerdo de lo visto y aprendido dio forma a lo pintoresco como categoría estética, no era solo una forma de otorgar valor, de señalar lo que era digno de ser representado, sino que fue una herramienta o instrumento para asumir todo ese mundo tan distinto del lugar de origen del viajero. Un medio de apropiación de lo desconocido, descrito en ocasiones como eurocéntrico y colonizador. Al domesticar, hacer agradable lo extraño, se reconocía la otredad de manera unificada a través de lo pintoresco.

HACER DEL PAISAJE UN JARDÍN

En el siglo XXI Europa está siendo descrita por un nuevo viaje, el de refugiados y migrantes que inician su travesía de forma inversa, cruzan el Mediterráneo para llegar a Italia, o a los Alpes e incluso a Calais para poder alcanzar Inglaterra. Toda una experiencia, que les permitirá, si sobreviven, conocer a una Europa otra. Esta serie de dibujos y pinturas evocan aquellas imágenes pintorescas: paisajes, jardines, arquitecturas, con sus característicos planos, diseños, bocetos inacabados… para señalar, como en los viajes, los hitos más significativos; como en los jardines, aquellos caprichos, que marcaban las estaciones de todo un recorrido iniciático-simbólico. Los naufragios en el Mediterráneo, las ruinas de los campos de refugiados tras sus incendios, los alojamientos en campos de exterminio nazi… son sin duda escenografías pintorescas, postales dignas de convertirse en evocadores souvenirs para viajeros sin retorno.
Un paisaje sublime, en el que Madre Europa cobra una perspectiva sorprendente. En su territorio, se practican concesiones intolerables a la barbarie, la negación de humanidad… El refugiado, que habría debido encarnar por excelencia los derechos del hombre, marca por el contrario la crisis radical de este concepto, como señalaba Giorgio Agamben.
Queda saber con qué instrumentos podrán ellos reconocernos, cómo lograrán asumir a Europa.

Sara Quintero. Madrid, 2018