Ocurrió por azar. Al hojear el libro de Jules Cashford, La Luna. Símbolo de transformación (Atalanta, 2018) que acababa de llegar a La Casa Amarilla, el volumen se abrió por la página 308 que incluye la reproducción de un grabado francés de autoría anónima, realizado a mediados del siglo XVII. Su título: La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres, atrajo de inmediato la atención hacia la imagen. Cinco mujeres coronadas con medias lunas provistas de un ojo, danzan en círculo para celebrar los dones recibidos. A su lado, un grupo de hombres con candiles son incapaces de ver dónde puede estar el pedazo que falta a la luna creciente.

Siguió la lectura del libro de Jules Cashford, autora con Anne Baring de El mito de la diosa (Siruela, 2005), igual de fascinante; y ambos, unidos por un momento clave: la desaparición de las historias de la Luna, las primeras registradas, y con ellas las de la Diosa. Ocurrió hacia el año 2000 a.C., cuando el Sol tomó para sí el brillo de la Luna y los relatos de la Diosa comenzaron a ser reescritos por los del Dios. El desplazamiento de la orientación lunar a la solar, al final de la Edad de Bronce y principios de la Edad de Hierro, tuvo implicaciones fundamentales cuyas consecuencias llegan hasta la actualidad, como ha analizado el filósofo Owen Barfield en su ensayo Salvar las apariencias (Atalanta, 2015). Barfield establece tres fases en la consciencia humana del mundo: en la primera, que denomina «Participación original», y la describe lunar y orientada a la Diosa, existió un lazo sagrado entre Naturaleza y Humanidad. La apariencia visible y la fuente invisible eran uno y lo mismo, y la vida continuaba más allá de los sentidos. La segunda fase, «Retirada de la participación», comenzó cuando el Sol se estableció como fuerza gobernante y progresivamente se fue desvaneciendo la visión unificada de la Madre Tierra, y con ella la Diosa. La tercera fase, «Participación final», consistiría en recrear la antigua consciencia participativa mediante la Imaginación para restituir lo perdido.

El proyecto expositivo La influencia de la Luna sobre la cabeza de las mujeres convoca a cinco artistas: Louisa Holecz (Londres, 1971), Sandra Moneny (Barcelona, 1976), Charo Pradas (Hoz de la Vieja Teruel-, 1960), Sara Quintero (Madrid, 1971) y Marina Vargas (Granada, 1980), cuyas obras perseveran en el deseo de expresar el sonido del origen, desconfiando de la realidad de las cosas para dar luz a los paisajes interiores del imaginario. En sus obras la apariencia visible y la fuente invisible son lo mismo. La afinidad de las mujeres y la Luna permanece.

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